martes, 20 de julio de 2010

Estoy sentado en una cafetería de Camden Town. Tres días en Londres. Ciudad de gente y de calles en continuo movimiento con vida propia. Los autobuses y coches se desplazan tambaleándose a ritmo de prisa por calzadas onduladas que otorgan al tráfico rodado un carácter de inestabilidad. Todo está en continuo movimiento. Nada permanece por mucho tiempo. En este tipo de lugares te sientes parte de algo grande que muere pronto. Como un insecto que muta de piel. Cada calle abarrotada de gente es sustituida a cada minuto por otro río de gente que va y viene. Una jungla de individuos que se desplazan, consumen, duermen en casas que no son las suyas y en camas antes ocupadas por otros.  Aquí la mayoría de gente que viene a instalarse sabe que su estancia tiene fecha de caducidad y por eso la ciudad trata de escupir a todos estos parásitos que vienen a nutrirse de ella, volviéndose áspera y cruel. Una sensación al principio imperceptible ya que la emoción de estar aquí te atrapa. La sangre de Londres huele a Mc Donals pero es divertida. Es una ciudad que te invita a disfrutar de ella para más tarde destruirte.

July 2010. London 

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