ENTONCES me vi
surfeando una ola gigante sin más compañía que la tabla en la que iba subido,
los músculos tensos e intentando mantener el equilibrio. Conectando con mi
centro, la boca entreabierta y saboreando el sabor salado de las gotas de agua
de mar. De vez en cuando un castañeo de dientes provocado mitad por el frio y
mitad por el miedo a caerme. La ola avanzaba y yo con ella y las comisuras de
mis labios dibujaban una sonrisa. La ola era mi amiga y mi enemiga. No estaba
siendo fácil, era un pulso entre los dos, requería todo mi esfuerzo y toda mi
atención. Sin embargo sabía que al
llegar a la orilla, aquel trozo de tierra que ora divisaba a lo lejos, la
sensación iba a ser jodidamente buena.
Una vez pusiera los pies sobre la arena los gritos de júbilo y placer
iban a inundar aquella playa solitaria. Aquella ola era la última y por eso era
la única. Así decidí quedarme y así decidí vivir mi vida, surfeando la cresta
de la ola a pesar del miedo, de la incertidumbre, del frio, del cansancio y del
esfuerzo. Porque aquella era mi ola y porque esta es mi vida, la única y la
última porque ya no hay otra. Y, sobre todo, porque cuando llegue a la orilla
quiero gritar: ¡¡Joder menuda ola!!
January 2016 New York
January 2016 New York
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